Esta semana explotó un recuerdo poco feliz.
Una propuesta del pasado de estilo errática y poco concreta -producto de un estilo político amante de la falta de definición en diversos temas- nos alertó a propósito de tener cuidado con iniciativas improvisadas, poco serias y -de alguna manera- aventureras.
Propuestas que nos recuerdan cómo mercantilizar sectores como educación que no deben ser considerados como un modelo de negocio, y que nos provoca sospechar de lobbies o cabildeos a favor de industrias.
En este caso un candidato en el pasado formuló endeudar -usando al sistema bancario- a miles de chicos y chicas para acceder a paquetes educativos, en lugar de proponer el diseño de una política de Estado cuyo objetivo sea la mejora del servicio educativo público: hacerlo más eficiente, de calidad, inclusivo y más democrático.
En momentos donde -por ejemplo- en Chile se pelea contra un modelo de desigualdad y falta de oportunidad en educación, golpea nuestra inteligencia formulaciones de esta naturaleza.
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